El racismo es nefasto, pero…

Con el pasar de los años, las normativas de cada Gobierno han ido fortificándose a merced de las minorías, produciendo sobre la actual generación de jóvenes una corteza de cristal extremadamente delicada que acostumbra a tambalearse cada vez que el tema del racismo sale a la palestra. Miradas y gestos brotan incómodos delatando la polémica que rezuma el asunto, y es que, si bien es cierto que no hay cabida para el racismo en el evolucionado mundo en el que vivimos, tampoco lo hay para ese grupo de personas que encuentran en esta frágil ideología -a sabiendas del poder que tiene-, el argumento definitivo para provocar el ‘destierro’ de terceros en virtud del sentir de la sociedad. Y, eso, pues no está feo. Lo siguiente. Pero, ¿cuál es la germen de que todas las causas sociales y especialmente el racismo estén tan sumamente explotadas hoy en día?

Haciendo referencia a la recurrente mofa que existe acerca de la ‘futurista’ y optimista visión que se tenía antes del cambio de siglo, en contraposición a la realidad con un mundo plagado de irregularidades, se puede apreciar que dicha ‘evolución‘ aún no ha llegado a ojos de gente que no ve en el lenguaje inclusivo o el feminismo radical el resultado más vinculante al término ‘progreso’. Lejos quedan esas características imágenes de ‘coches voladores’, a los que se les solía otorgar la potestad de ser el boceto estrella de los hipotéticos diseños sobre la sociedad del mañana hace décadas. Sin embargo, las ruedas siguen deslizando por un asfalto cada vez más derruido.

La cultura de masas, principal medio inspirador para convertir la sociedad consumista en una realidad, ha ayudado a la fabricación de una moral ‘inaguantable’. Ese tsunami ‘digital’ -poniendo el broche al nacimiento de una nueva comunidad- ha proporcionado que el habitante medio se haya ‘amotinado’ en una burbuja para soportar la fuerte corriente. Sin embargo los vaivenes de la inestabilidad, el egocentrismo y la inseguridad acabaron rompiendo esa coraza y fundiéndose con la naturaleza del humano del siglo XXI.

Ese ‘cristal’ que recubre a toda la generación moderna es a menudo percibido como un peyorativo estigma arraigado a los jóvenes, pero la verdad es que se han ganado a pulso la materialización de ese ‘apodo’. La adquisición de consciencia sobre el rol social que tiene este grupo humano (paradójicamente inseguro en relación con sus capacidades personales y económicas) es alarmante, ya que han podido tranquilamente trocar ese poder a su beneficio, y a priori, en el siempre afanoso terreno del racismo.

La función de esta lacra -también llamada ‘racismo’- no es otra que separar, y pudrir todos los estratos de la sociedad, porque sin duda, es importante castigar a los justos pecadores, pero tampoco se puede ‘jugar’ con ese fuego, que tan abrasivo puede ser…, el de la rabia de una sociedad ciega, y sino que le pregunten a Edison Cavani, que por referirse amistosamente a un amigo como “negrito” fue duramente sancionado por la Federación Inglesa; o también, a Juan Cala, que protagonizó el reiterado suceso que retumbaría por los bares españoles durante las primeras semanas de Abril, cuando el defensa sevillano supuestamente fue acusado de proferir insultos racistas al jugador franco-guineano del Valencia, Mouctar Diakhaby, y fue testigo durante horas de cómo se había violado ese derecho intrínseco y tan arraigado al humano como la presunción de inocencia, provocando que, el mazo de la justicia del pueblo decretase que era un sucio ‘racista’. 

En fin, todo es condenable, pero no a cualquier precio. El daño no se paga con más daño. El racismo, desafortunadamente aún presente hoy en día, es solo una carta más de la baraja de polémicos asuntos que componen la agenda de una sociedad absorbida por una moral adulterada, que más que evolucionar parece retroceder cada vez más, y más… 

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